La polémica sobre el cierre de las cuentas de redes sociales de Donald Trump ha despertado en los últimos días, un debate interesante sobre el uso de los medios digitales. Por un lado, hay personas que apoyan la decisión de haber cerrado las cuentas de Trump, bajo el argumento de que eran un canal desde donde el presidente incitaba a la violencia. Y, por otro lado, existen personas que catalogan este acto como censura y un atentado contra la libertad de expresión.
En primer lugar, tenemos que tener muy claro que no podemos valorar esta situación basados en la simpatía o agrado que se tenga hacia Donald Trump. El hecho de estar de acuerdo o no, con las ideas y acciones de un mandatario, nada tendrían que ver con su derecho a expresarse libremente, así las formas no sean las más correctas. Finalmente, en el contexto de una sociedad democrática, con un presidente electo en el marco de la Ley, el respeto a sus libertades y derechos debería estar garantizado.
El debate ha girado en torno a la libertad de expresión, pero realmente creo que debería ir más hacia la urgente necesidad de regular la operación de plataformas digitales como Facebook, Twitter e Instagram, antes de que continúe la censura selectiva de voces. Porque debemos tener algo muy claro, las redes sociales son un negocio que se nutre del uso indiscriminado de la información de sus usuarios. La realidad, es que los directivos de estas plataformas digitales, sirven a intereses económicos y la decisión de censurar a Donald Trump, fue en la línea de sus intereses y con el cambio de gobierno a la vuelta de la esquina. Si no fuera así, ¿por qué demoraron tanto en censurarlo? El discurso de Trump lleva más de 4 años aludiendo al racismo, a la violencia y a la propagación de información falsa.
Entonces, ¿quién vigila a los vigilantes?, ¿Quién está detrás de los magnates del Internet, asegurándose de que existan reglas del juego claras y equitativas? La respuesta es nadie, porque es un negocio que no está regulado.
Las redes sociales tienen algoritmos que funcionan para identificar los patrones de interacción y hábitos de sus usuarios. Por eso, cuando nuestras interacciones y búsquedas se inclinan hacia algo en específico, es común que, en cuestión de segundos, ya tengamos publicidad muy personalizada y dirigida en sintonía con nuestros intereses. Sin embargo, estos algoritmos también funcionan para incidir en la opinión de las personas.
Twitter, por ejemplo, es una red social de debate público y sus algoritmos ayudan a que en esta red encuentres personas y contenidos que se alinean a tu forma de pensar, a tus valores y a tus ideales políticos. Por eso es tan común ver cómo el debate en esta red social parece no tener matices, sino que es de opiniones radicales y polarizadas. En gran medida esto se debe a que los propios algoritmos de Twitter, inducen a que así sea la dinámica de la conversación.
Entonces, son los mismos algortimos de Facebook y Twitter, los que han nutrido por años la polarización y la intolerancia de la opinión pública en diversos países y ahora, los dueños de estas plataformas salen a darse golpes de pecho, censurando la voz de Trump por incitar a la violencia que éstas mismas redes han colaborado a gestar. Es momento de reglamentar el terreno para los dueños de estos canales digitales, quienes no tendrían por qué tener injerencia de ningún tipo en la política internacional.
Gladys Pérez Martínez, politóloga
Twitter: @glapem_
Instagram: @glapem_