Por Alberto Rivera
En tiempos de campañas políticas las emociones se viven al límite. El enojo, la indignación, la alegría, la frustración, el enojo, la esperanza, por ejemplo, son resultado de una poderosa maquinaria de estímulos inducidos por expertos en neuropolítica que operan desde los cuarteles generales de los equipos de los candidatos. El resultado de una guerra emocional es, evidentemente, la confrontación de posiciones.
Nuestro hemisferio racional está cancelado, en realidad en esta etapa proselitista el acto emocional nos gobierna y opera para incentivar la participación. Así, los resultados de una decisión tan importante seguramente no tendrán una cuota de sensatez o frialdad. Este dominio de emociones juega a favor de los políticos y las frases de campaña que se construyen por lingüistas que buscarán posicionar el mensaje basado en los estudios del ánimo social y la conducta o comportamiento electoral, y que terminarán difuminándose una vez que acabe la competencia electoral.
Así las cosas, suponer que las campañas son mejor momento para informarnos y reflexionar razonadamente nuestra intención de sufragio puede resultar iluso e inocente. El comportamiento de nuestras emociones debería ser moderado, sin embargo en la borrachera democrática resulta difícil contenerse ante la oportunidad de manifestar nuestro sentir. La discusión seria, la postura consciente, cuesta trabajo separarla de este poderoso impulso mediático.
¿Cómo vamos a resolver el pago de impuestos? ¿Cómo sobreviviremos a la escalada de violencia e inseguridad? ¿Cómo se verá afectado nuestro poder adquisitivo con el incremento del dólar y las medidas arancelarias de Estados Unidos? ¿Cómo creer que un país se puede inventar cada seis años si somos la herencia de abusos y engaños sistemáticos que nos han hecho escépticos ante las demagógicas promesas de campaña? ¿Qué porcentaje de tantas promesas verdaderamente cumplirá el ganador? ¿Cómo recuperar la confianza en la política cuando la impunidad, la traición y el pragmatismo han sido el tenor de la política moderna?
Los spots de treinta segundos, las frases del mitin y la papelería electoral nunca responden de forma clara a tales interrogantes, tampoco lo hacen en su particular retórica kafkiana.
El voto es entonces un acto de fe, de esperanza y de apuesta inconsciente, en un contexto en el que sin la información completa colocamos nuestra confianza en la opción que nos parece más cercana a nuestros valores, pero no hay que olvidar que el poder político es una puesta en escena.
Como diría Jesús Reyes Heroles: “En política, la forma es fondo”.
@Alberto_Rivera2
Estratega y consultor político. Especialista en neuropolítica. Con más de 15 años de experiencia en procesos electorales. Ha sido responsable de asesorar a distintos gobiernos en materia de estrategia y comunicación política. Director General de VISIÓN GLOBAL ESTRATEGIAS.