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La campaña polìtica en Costa Rica màs digital que nunca

  • By Andrés Elias
  • 14 enero, 2021
  • 590 Views

Como en política es mejor actuar previsoramente, trataremos de abordar, con espíritu constructivo, algunas de las particularidades del escenario electoral-post covid con que nos enfrentaremos en Costa Rica este año de elecciones de candidatos de cara a elegir en febrero 2021 nuestro próximo presidente y los diputados que conformarán la Asamblea Legislativa post pandemia.

¿Cómo serán las campañas políticas en tiempos de pandemia? ¿Podrán salir con vida de la Unidad de Cuidados Intensivos donde quedaron postradas en el 2018 o, por el contrario, fallecerán de coronavirus?

Lo primero que debemos tomar en cuenta es que el covid-19 no solo ha venido a cambiar la manera de cómo interactuamos, estudiamos o trabajamos, comerciamos, sino también la forma de hacer política.

Así como en la coyuntura actual muchas empresas físicas se han tenido que reinventar y encarar procesos de digitalización para mantenerse vigentes, lo mismo debería estar ocurriendo en la arena política. En Costa Rica, los partidos políticos no solo deben reinventarse sino, ademas, restaurarse.

Según estudios recientes, las próximas campañas serán 70 por ciento digitales, lo que obliga a un recambio profundo en la mentalidad y metodologías de los partidos políticos y sus integrantes, no siempre al corriente de las nuevas tendencias.

Vivimos en un país altamente digitalizado, donde, según Latinobarómetro, un 77% de la población usa Facebook y un 64% WhatsApp. Por lo tanto, no hace falta ser un avezado analista para concluir que se debe tener presencia en internet, sí o sí.  Sorprende, analizando las redes sociales de los principales actores políticos nacionales, que su presencia es muy tímida.

Los votos ya no se conquistan puerta a puerta sino de teléfono a teléfono, a través de campañas híbridas (mezcla de campaña de tierra y digital). La política del folleto, pitos escandalosos y banderas sobre los techos es cosa del pasado. Ahora en lugar de imprimir un plan de gobierno u organizar una plaza pública, el político deberá hablar y convencer a través de la pantalla de un dispositivo electrónico. No solo será más seguro, sanitariamente, si no que más efectivo.

¿O es que acaso existe alguno que, a estas alturas, esté pensando en desfilar por los barrios de la ciudad, besando señoras, estrechando manos, alzando chiquitos, entre otro tipo de prácticas populistas que resultan contraindicadas en tiempos de pandemia?

Por más mascarilla y alcohol en gel, es probable que quien así proceda sea objeto de un cruento ataque en redes sociales, considerando que todo lo que huela a política en la actualidad es motivo de rechazo generalizado. Basta revisar las “novatadas” de algunos políticos en México en algunas elecciones del 2020 por ejemplo, para constatar cuán despiadada ha sido la opinión pública con quienes “hacen politiquería” en esta crisis.

¿No sería mejor desarrollar un código QR (código de barras para escanear con el celular) que permita a cada persona, desde la comodidad de su hogar, visualizar el plan de gobierno, sin necesidad de imprimir miles de copias que, tras de contaminantes, representan un gasto injustificado en época de crisis?

Bueno esta es tan solo una de las múltiples opciones digitales de las que disponen los candidatos como parte de sus nuevas campañas basadas en tecnología e innovación.

Pero lo más maravilloso que ofrece esta nueva normalidad es que, gracias al internet, los políticos van a poder hablar uno a uno con sus electores sí, y solo sí, entienden que el manejo de sus plataformas no puede estar en manos del pariente que hay que ponerlo a trabajar.

Para llegar hasta ahí primero deberán borrar de sus cabezas que todo en internet, debe ser gratis o barato. Aunque los canales digitales siguen siendo más económicos que los tradicionales, no se vale recurrir al “sobrinity manager” con tal de ahorrarse unos cincos.  Si quieren realmente descollar en el competitivo mundo de las redes sociales, necesitan no solo del personal indicado sino también de los recursos suficientes para invertir en ecosistemas digitales cada vez más complejos y sofisticados.

No me refiero a tener una página web o un perfil de Facebook que se actualiza cada cuatro años. Hay que ir más allá y diseñar estrategias de 360 grados que se ajusten a los nuevos hábitos, pero sobre todo a las necesidades y preocupaciones de un elector cada vez más digitalizado y exigente.

Un manejo correcto de los medios sociales es 80% off line y 20% on line. Es decir, que lo que vemos en las plataformas no es lo que cuenta, sino la estrategia y la planificación que se hace fuera del aire antes de hacer un post o tuitear un comentario.

Según el último estudio de opinión publica del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la UCR, el motivo de desvelo del costarricense es el desempleo, por encima del coronavirus, el alto costo de la vida y la situación económica del país.  Toda campaña que no verse sobre esos ejes temáticos difícilmente logrará su cometido. La gente está con miedo y necesita de respuestas que conecten y devuelvan la esperanza. Se trata de despertar emociones positivas en un entorno negativo y, digitalmente.

Palabras como “cambio”, que se ha manoseado tanto en elecciones pasadas, no las veremos más. En el imaginario costarricense se cocina una transformación profunda que nos saque primero de la crisis sanitaria y económica y que, después, nos ponga en la senda exitosa que tuvo Costa Rica en el pasado.

Otro factor crucial de nuestros días es la vorágine de información, tan confusa como cambiante, a la que estamos expuestos. Al ritmo de baile y martillo, nos vemos arrastrados a una sensación de incertidumbre que favorece la propagación de fake news.

En un escenario tan impredecible, los políticos no pueden jugársela con campañas extensas, enredadas y monotemáticas. Deberían apostar a una secuencia de microcampañas, cada una con un plazo, alcance y objetivos determinados, según los temas relevantes del momento. Lo peor que pueden hacer es alimentar esa sobresaturación informativa con un bombardeo masivo de mensajes insulsos y alejados de la realidad (disonancia entre contenido y contexto). El mensaje debe ser sencillo y práctico.

El elector actual necesita contenido de valor, que entretenga y mejore su calidad de vida. Preferiblemente que sea fácil de compartir y viralizar. En tiempos de confinamiento, conecta más el envío de opciones de capacitación o ejercicio en línea, por ejemplo, que un extenso discurso sobre propuestas de política pública en materia deportiva y educativa.

Ya no interesa si el candidato es simpático, carismático o fotogénico. Todo lo cosmético pasará a un segundo plano. Se impone su preparación, experiencia, liderazgo para gestionar equipos de trabajo y capacidad para identificar y responder a las demandas de una ciudadanía hiperconectada. Médicos y economistas sacarán una cabeza de ventaja sobre los políticos tradicionales, mayormente abogados. En medio de una grave crisis en la que la gente está más preocupada por llevar comida a la mesa que por quien votar, el que ose apuntar a campañas personalistas y ostentosas está condenado al fracaso. Particularmente en Costa Rica la apuesta del electorado posiblemente se decante por la experiencia. La improvisaciòn de los dos últimos presidentes le pasará una factura enorme a quienes en sus historia de vida no tengan horas de gobernanza.

Conforme se acercan los fuegos electores, los aspirantes a puestos de elección popular deberán evitar herir susceptibilidades, siendo sumamente estratégicos y empáticos en todo lo que hacen o dicen dentro y fuera de las redes sociales.

¿Estarán a tiempo de entenderlo? ¿Se animarán a hacer esa transición hacia la era de las campañas políticas de la nueva normalidad? Para bien o para mal, próximamente lo averiguaremos.

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