Ya se ha instaurado un nuevo escenario en la humanidad. La pandemia del COVID-19 ha dado lugar a una obligada reinvención en nuestras actividades. Y ya se habla del término “covidianidad”, con el que se alude a los cambios en la vida cotidiana impuestos por la pandemia del covid-19. Otros hablan de “nueva normalidad”, a los que lingüistas se oponen porque si es nuevo, no alcanza categoría de normalidad.

Lo que sí es real es los nuevos cambios que tendremos que hacer para aprender a convivir con ese virus, hasta que se descubra la vacuna y cubra gran parte de la población mundial, como ya han expresado expertos en la salud.

En el caso de la política que es lo que nos toca analizar, se abre una nueva forma de hacer política que naturalmente le da un gran espacio a lo digital como parte del engranaje de las estrategias de comunicación de candidatos, políticos, funcionarios o gobiernos.

Si antes las mentes análogas se resistían admitir el poder de penetración y utilidad de las plataformas digitales, ahora las circunstancias lo han forzado no solo a darle el valor que merecen, sino a incorporarla en sus trabajos cotidianos.

Ahora con el miedo que viven los ciudadanos por temor a ser contagiados de esa enfermedad, los actores políticos deben aplicar nuevas maneras de llegar a su electorado y crear nuevos tipos de relaciones con sus audiencias.

No hay dudas que el mundo cambió, los mítines y puerta a puerta que se veían con frecuencia en Latinoamérica, al menos por el momento serán solo parte de nuestros recuerdos. Hoy en tiempos de COVID-19, veremos más a menudo reuniones donde líderes políticos establezcan sus coordenadas a su militancia o equipos a través de aplicaciones como Zoom, Skype, Teams, Jitsi Meet, entre otras, sin necesidad de celebrar un encuentro presencial.

Pero esta realidad también demanda a que tengamos a políticos más resilientes, es decir, con capacidad para sobreponerse a las adversidades y aprovechar esas situaciones difíciles para desarrollar recursos alternativos hasta ese momento desconocidos.

Además de mostrarse más empáticos, cooperativos, altruistas y solidarios, mediante sus acciones que reflejen sus reales preocupaciones por los problemas de su gente, pero mostrando los hechos primeros que las palabras y no a lo inverso.

También que hagan una comunicación más humana, y que no se obsesionen con tener “miles de seguidores” en redes sociales, que de nada le sirve, si no se construyen conexiones emociones a través de interacciones y diálogos constantes.

Muchas veces los ciudadanos no quieren que se les resuelva el problema, solo quieren ser escuchados, quieren sentirse importantizados y de esa manera, se tiene la oportunidad de crear un vínculo sólido y no solo pensando en el “like”.

Pero también la política debe ser vista para construir un mundo mejor, y más lo amerita en estos momentos cuando el mundo enfrenta a un enemigo común e invisible, el cual nos indica que debe prevalecer la unidad de todas las fuerzas sociales y políticas y el sentido de responsabilidad cívica. Un gran ejemplo de esto, lo hizo el liderazgo político (gobierno y aposición) de Uruguay se reunieron para enfrentar de forma conjunta la pandemia de coronavirus en esa nación suramericana, dejando de lado cualquier rivalidad y demostrando un alto sentido de sensatez y madurez política.

Hoy, la ciudadanía reclama un liderazgo sereno, trabajador, ecuánime, firme, humilde, capaz de trabajar en equipo, consciente de los problemas nacionales, sensible a la realidad de una sociedad Latinoamérica caracterizada por la permanencia de desigualdades sociales.

A los auténticos líderes lo siguen los ciudadanos más por lo que hacen que por los que nos cuenta, y como decía José Martí, libertador cubano: “la mejor forma de decir, es hacer”.